Es obvio, nadie quiere errar, a nadie le gusta saborear la hiel de un fracaso. El sueño generalizado pasa por alcanzar el éxito, conseguir triunfar, llegar lejos, crear algo, hacer dinero.
Decirlo es fácil. ¿Conseguirlo?. Eso es otro cantar. A veces, cuando vemos a alguien en la cima, solo nos centramos en esas maravillosas vistas, en la sensación de libertad, en la brisa acariciándote la cara. Nadie presta atención al casi infernal ascenso, al tiempo invertido, los sufrimientos, las luchas internas, la energía consumida, los riesgos corridos y las pérdidas que se van acumulando en el camino.
Porque no, esto no va de creer que todos somos capaces y decir que todos pueden hacerlo, que es sencillo si te lo propones. Esto va de aprender, de aprender a base de arriesgar y equivocarse, de tomar decisiones, de invertir tu tiempo, tu vida y tus anhelos. De luchar contra ti mismo en muchas ocasiones y contra el resto del mundo la mayoría de las veces. Porque el fracaso es algo a lo que todos, en alguna ocasión, hemos hecho frente. Pero el éxito, el verdadero éxito, no es solo un objetivo, es un estado mental del que no podemos desprendernos.
Y es que lo bueno de todo esto es que, alcanzar la meta, es solo el punto de partida.
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